En más de una ocasión me he llegado a preguntar la importancia trascendental que tienen los íconos para una institución y como uno lo adopta como un símbolo de amor. Hoy, el tanque, el Gambarte, el Loco Julio, los colores azul y blanco son portales instantáneos a un estado de felicidad automática en el cuerpo. Uno los ve y despierta un escalofrío en el cuerpo. Comienzan a estar en todos lados, tatuados en las pieles de los hinchas, calcos, remeras, cuadros. Así que no está de más contar como estas banderas fueron tomando vida poco a poco.
“EL LOCO”
Julio Roque Pérez, no todos los ídolos llevan botines. El hincha número uno, nacido un 21 de diciembre del año 1940. Una inspiración para toda la familia tombina de amor incondicional, de gritar hasta el último aliento. Se lo conoce más que a cualquier referente del club.
Un solitario que solo sentía amor desenfrenado por Godoy Cruz a sus 15 años ganó la lotería de San Juan y no lo dudó. El dinero fue donado directamente a la institución para poner en pie lo que hoy es el destino más amado del Expreso, la Bodega, el Gambarte.
Hoy es leyenda, porque solo tenía ojos para el Expreso, lo amaba, y realmente lo dejaba todo. Una persona que formó un camino para todos los que le seguimos detrás y buscamos, algún día, llegar a ser un cuarto de lo hincha que él fue.
“EL TANQUE”
Me gusta llamarle “él que todo lo ve”, porque es así, es el faro en la neblina.
Desde los 50’ que ha tenido la suerte de ser protagonista de las mayores hazañas que ha logrado el club. Ha estado tan presente que es parte del paisaje encantador, ha visto crecer a cada uno de nosotros. Desde nuestros primeros pasos, ha visto de cerca como se levantaba el Gambarte, ha sido espectador de las estrellas que se consiguieron en torneos provinciales, del despliegue de juego de ídolos como Camargo o Zapata, o ver como jugaban con el corazón en la mano y el cuchillo en los dientes los ‘Héroes del Barro’.
Hoy lo vemos como ícono histórico, pero en su momento cumplía una función sumamente importante. Una Mendoza tan desierta necesitaba agua para regar las canchas y para proveer a los camarines, baños, bebederos, colegios. Este tanque hermoso era el encargado de mantener a la Bodega con fuerza y energía.
El tanque, tan imponente, es un símbolo de mucho amor. Simplemente nos recuerda que hay toda una historia detrás, que había un sueño y que se ha ido concretando. Él lo ha visto y ha estado en los momentos que la montaña se hacía cuesta arriba y en aquellos, donde el Expreso salía a toda marcha.
Es una brújula, brinda un sentido de pertenencia cuando se ingresa al club. Al observar toda esa estructura, uno se siente pleno. Se percibe que uno está en casa y no tiene ganas de irse. Increíblemente, toda esa energía que se desprende de la calle Balcarce 477 envuelve a propios y ajenos como un abrazo rodeado de historia y sueños. Hoy lo vemos con ojos de amor, porque así fue creado al igual que toda la institución, con garra, amor y pasión.
EL GAMBARTE
Para crecer hay que dejar cosas atrás. Y así fue como el club se desprendió de la cancha de Castelli y las Heras para encaminarse a algo aún más grande.
Quizás el 25 de enero de 1953 fue uno de los momentos más felices de Godoy Cruz. Ese día comenzaba a progresar lo que sería el estadio bodeguero. Gracias a la donación de terrenos y por supuesto, a la figura del querido Loco Julio, quién fue un gran aportador para que la muralla tombina se levantara.
El proyecto consistió en la construcción de un complejo deportivo y social dentro de un predio de dos hectáreas. Las instalaciones edilicias fueron avanzadas y construidas en hormigón y mampostería de calidad antisísmica. Las obras incluyeron un campo de juego de 100 por 70 metros de superficie, regado por un moderno sistema de aspersión, 3000 m2 de superficie construida, tribuna con capacidad para 11.000 personas, canchas de tenis, básquet y bochas.
De esta forma se inauguró el día 3 de octubre de 1959 el nuevo estadio, el Feliciano Gambarte, bajo la presidencia de Don Jorge Schmitt. Ese día se igualó contra Talleres por 3 a 3.
Lleva en sus tierras las pisadas de una de las leyendas del futbol mundial: Edson Arantes do Nascimento, más conocido como Pelé. El mítico jugador desplegó su magia en 1964 en nuestra Bodega. Se enfrentaron Santos, con un cuerpo de jugadores de la Selección brasilera y por el otro lado, nuestros queridos guerreros como Juan Silverio Filizzola y Víctor Legrotaglie, entre otros. Fue un gran partido con muchas emociones que culminó 3 a 2 a favor de la visita. Ese día las tribunas rebalsaban y los diarios publicaban en su primera página este hecho histórico.
Poco a poco, se le fueron agregando partes para ir completando el rompecabezas. Con el tiempo, la cancha tuvo remodelaciones, sobre todo en sus tribunas. La iluminación llegaría en 1969, pero no fue hasta 1986 que se decidió que el estadio se denominara Feliciano Gambarte, en honor al deportista y dirigente que dejó todo por ver al Bodeguero brillar.
Ya con el nombre se dice tanto. Es nuestro templo, el lugar donde uno es pleno. Si al hincha del Tomba le dicen “imaginá que estás en el lugar que más te hace feliz” y automáticamente se va a esa cancha, como si allí se terminaran las angustias. Tantas victorias, tanta hambre de gloría, tantos sueños que se lograron y los que quedan por alcanzar.
Y ahora que está tan nuevo, que logró relucir como lo hacía antes, es un espectáculo de fuegos artificiales viviente. Volvimos a casa después de tantos años. Renovado. Vivo en busca de más triunfos. Presente para el centenario. Con una energía que derrumba a cualquier rival. El Feliciano Gambarte nunca se fue, solo estaba esperando el momento perfecto para despertar y dar el batacazo que tanto necesitamos.